Llevaba dos días vigilando la destartalada casa que servía de guarida al traficante que le vendió la sustancia multicolor, Dothar, se llamaba. Había podido verle salir y entrar muchas veces, y también a otra docena de hombres de tan mala catadura como el que debía ser su jefe.
No le costaba espiarles, ahora que había recuperado parte de su inspiración era capaz de hacerse pasar casi por cualquiera. Y eso hacia en este mismo momento, acercándose a la puerta del cubil de Dothar con toda tranquilidad, con el aspecto de uno de sus secuaces que había demostrado una especial debilidad por el vino peleón, y que ahora mismo estaba durmiendo la enorme borrachera que él le había financiado.
El hombre que estaba apostado en la puerta, igual de malcarado y desagradable que el resto le dejó pasar no sin antes gritarle y amenazar con partirle las narices por los andares de borracho que exhibía. Una vez dentro se dirigió discretamente hacia un lugar apartado, debajo de las destartaladas escaleras que conducían al la planta superior. Necesitaba acceder al sótano, pero la puerta que llevaba a el estaba fuertemente vigilada y solo Dothar podría franquearla. Había pensado en la posibilidad de disfrazarse del jefe de la banda, pero no le gustaban los planes con cabos sueltos, y ahora mismo no sabía donde se encontraba el traficante.
Clavó rodilla en tierra y miró su palma derecha, el pequeño frasco de irisado líquido parecía brillar en la penumbra de aquel mugriento rincón. No, no parecía, se corrigió, realmente brillaba. Con un suspiro aplastó el frasquito en su puño, sintiendo la punzada de los cristales. Volvió a abrir la mano donde ahora el elixir de colores se mezclaba con su propia sangre. Rápidamente, pues sabía que no duraría mucho, mojó dos dedos de su mano izquierda en la mezcla y con un familiar sentimiento de claridad comenzó a trazar con decisión sobre el sucio suelo lo que en pocos segundos se convirtió en una trampilla de aspecto casi real.
Sonrió con cierta tristeza, casi real se dijo. Apartó la melancolía de su mente y tiró con fuerza de la argolla de la trampilla, que se abrió pesadamente mostrando la mortecina claridad del sótano. Con un ágil salto entró sin hacer ningún ruido y rápidamente comenzó a registrar la colección de maravillas y atrocidades de Dothar.
Por fin, sobre una sucia mesa de trabajo la encontró. Estaba sujeta a un pequeño arnés y lentas gotas de colores que manaban de cortes en sus muñecas caían a un recipiente situado debajo de ella. Desterró las lágrimas que acudieron a sus ojos al ver así a una de sus pequeñas, con manos temblorosas aflojó sus ataduras y la colocó sobre la palma de su mano.
- ¿Que te han hecho? ¿Que puedo hacer para...?
La pequeña fata abrió sus almendrados ojos color cielo y sonrió levemente para convertirse inmediatamente en una ligera neblina multicolor que se desvaneció con el leve soplo de su respiración.
Estaba aturdido, no sabía que hacer. Miraba su mano vacía con una expresión a medio camino entre la tristeza y el terror cuando un pequeño golpe le devolvió a la realidad. Miró hacia la mesa buscando la fuente, en una botella grande, un pequeño ser de aspecto grotesco golpeaba el cristal en su dirección. Lo reconoció como un duende de tinta, algo bastante común en el laboratorio de un traficante, pero este tenía un aire especial. La sustancia viscosa que cubría el cuerpecillo del duende no era del color de alguna tinta, como solía ser habitual, este exudaba un fluido multicolor. Eso y los ojos almendrados color celeste del duendecillo casi paran el corazón del joven, ese bastardo de Dothar había estado dándole la sangre de la pobre musa al duende, torturando a ambos para multiplicar sus beneficios. Sin dudar, extendió la mano hacia la tapa de la botella y la abrió, el pequeño ser saltó a su mano izquierda y le miró a los ojos un segundo antes de fundirse a través de su desgastado guante.
Dothar entró en su laboratorio y vio al joven de espaldas inclinado sobre la mesa donde tenía u recurso más rentable.
- Vaya, vaya, vaya, que tenemos aquí, un ladrón que es hombre muerto y no parece saberlo.
El joven ni siquiera se movió.
- ¿Crees que tus cuchillitos y tus trucos podrán sacarte de esta?
Varios de los hombres del traficante habían bajado también al sótano y empuñaban al igual que su jefe una pléyade de armas. El intruso se dio la vuelta y Dothar se dio cuenta de que el guante que le cubría tanto la mano como el antebrazo izquierdos era ahora de múltiples y vivos colores.
- Creo, mi muy estimado bastardo desalmado, que hoy aprenderás un par de cosillas, una es que las musas no pueden morir, sólo se ausentan temporalmente o...
Miró significativamente el guante multicolor
- ... cambian, la segunda y quizá más importante para tu miserable existencia, es que conozco “trucos” nuevos.
Con unos rápidos gestos dibujó una gran cantidad de llamas sobre las estanterías del laboratorio que parecían casi reales...
sábado, 9 de febrero de 2008
Segundo encuentro (Final)
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4 comentarios:
Buenas!!:) por fin el cuento finalizado, jeje.
Un final un poco abierto,no??,me has quedado sorprendida por como acaba, xq no tenia ni idea por donde podias tirar:)
Un beso y abrazo, ciauu
Esque es un final, pero un finla de episodio... Este cuento es el segundo capítulo de otro q escribi ya hace un tiempo :)
Y yo no tenia ni idea de como lo iba a acabar hasta unos segundos antes de hacerlo, a mi también me sorprendió jejeje
Besos y abrazos ;)
a mi tb me ha dejado sorprendida ese final. y eso de q es el segundo capitulo de otro??? cual es el primero???
Jejeje. Este relato es continuación de El hallazgo, y tengo en mente seguir contando historias sobre el protagonista de ambos
Aprovecho también para decir que el concepto del duende de tinta no es mio, quiza algun dia su creador se decida a contar algo mas sobre ellos :P
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