miércoles, 19 de marzo de 2008

Instinto

Capítulos anteriores:
Renacimiento
Comienza la caza


Continuó andando por calles estrechas y sucias, apoyándose en las paredes, con el sabor del vómito nublado sus sentidos y el del remordimiento su alma. Trataba de sobreponerse a sus prejuicios, se repetía que ya no era humana si no algo superior, y que había destruido a un monstruo demoníaco. Pero las nauseas no cesaban.


De improvisto todo se detiene. Sus sentidos, llevados por un impulso reflejo, se expanden abarcando toda la calle, una rata hurgando entre los cubos de basura de su izquierda, una araña tejiendo su tela en un recoveco a su derecha y, a unos veinte metros de distancia, los que habían disparado sus instintos. Son tres, dos a su espalda y otro agazapado detrás de una destartalada lavadora abandonada junto a la entrada de un callejón.

Toda esta información llega a su cerebro en dos inspiraciones, al comenzar la tercera un torrente de energía invade su cuerpo, impulsándose a una velocidad cegadora hacia delante. Pasa junto a los cubos de basura, mientras la rata reacciona a cámara lenta, coge la tapa de uno de los cubos y avanza durante otra inspiración hacia el callejón. Siente un inicio de movimiento detrás de la lavadora y la tapa metálica sale volando de su mano izquierda como un cañonazo, impactando con una campanada contra la cabeza del chaval que surgía de su escondrijo tras el electrodoméstico.

Dos inspiraciones más, la cabeza del poseído golpea contra el suelo mientras la tapa del cubo rebota en el asfalto, Sandra ya casi ha llegado a la entrada del callejón, en su mano derecha su lima refulge y se agranda. Coge aire de nuevo y se lanza rodando hacia el callejón en el preciso instante en el que otro de los poseídos salta sobre ella, tratando de agarrarla.

Se incorpora, pero al hacerlo nota un agudo dolor en el tobillo y un crujido. De pronto todo parece acelerarse, oye el ruido metálico de la tapa contra el suelo y el crujido húmedo de la cara del segundo atacante impactando contra la esquina del callejón, se vuelve a tiempo para ver un borrón abalanzarse hacia ella. Trata de esquivarlo pero le es imposible, rota la concentración que aumentaba su velocidad, nota una hilera de afilados dientes clavarse en su hombro derecho y un latigazo de dolor sacude su columna vertebral sacándola de su aturdimiento. Todo vuelve a moverse a cámara lenta, se lanza contra la pared de su derecha con el hombro por delante, se escucha el sonido de una sandía golpeando contra la pared y la presión de los dientes sobre su hombro se afloja. Sin detener su movimiento, pega la espalda a la pared aprovechando el impulso para lanzar su maltrecho brazo hacia la entrada del callejón. Ve como su daga de luz atraviesa la cabeza del primer atacante que se abalanzaba de nuevo hacia ella.

Sólo queda uno, Sandra le mira desafiante y él saca un cuchillo de monte. Con una velocidad cegadora la chica clava sus manos en el pecho del cadáver que tiene al lado y las saca con un sonoro crujido. En cada una tiene una ensangrentada costilla convirtiéndose en dagas de luz. No le deja tiempo para pensar y avanza hacia él mientras el poseído decide darse la vuelta y huir, un agudo dolor recuerda a Sandra que no va poder alcanzarle y el chaval desaparece en la oscura calle.

El tiempo vuelve a su ritmo normal y cae de rodillas, extenuada. En la calle por la que ha huido el poseído se oye un suave silbido y algo rebotar, por delante de la boca del callejón pasa rodando la cabeza del demonio. Tranquilamente, sonriendo, Kirenel entra en el callejón.

- Muy bien, te felicito jovencita, necesitas pulir un poco el que no te sigan los compinches de tu objetivo, pero has resuelto la papeleta bastante bien.

Enarcando una ceja mira a las costillas que Sandra aún sujeta con fuerza.

- Bastante creativo. Bueno, vamos a que te vean esas heridas, no queremos que nos encuentren en medio de este estropicio…

lunes, 17 de marzo de 2008

Comienza la caza

Capítulos anteriores:
Renacimiento


La música a todo volumen, el ambiente asfixiante por el humo del tabaco y el sudor, la oscuridad sólo interrumpida por luces frenéticas y cegadoras y la gran cantidad de gente que se apiñaba en aquella discoteca convertían el local en el refugio perfecto para el ser que buscaba Sandra.


Kirenel, el último de los Moloqai, al que tomó por un mendigo cuando lo vio por primera vez y que se había convertido en su maestro, le había enseñado muchas cosas en el poco tiempo que llevaba adiestrándola. Sandra ahora apenas necesitaba descansar unas pocas horas diarias, lo que era muy útil para poder mantener aquella doble vida de adolescente por el día y ángel renacido por la noche. También habían mejorado tremendamente su forma física y sus sentidos. Lo último que había aprendido, y se disponía a probar esa misma noche, era a leer las almas de los demás. Para Sandra de cada persona a la que miraba surgía una especie de emanación luminosa que revelaba las características del alma de ese individuo.

Tras casi una hora estudiando disimuladamente a los presentes, bailando, flirteando y esquivando babosos, le vio. Era muy joven, no llegaría a los dieciocho años, su aspecto tímido y su mirada encantadora señalándole más como un querubín que como un ser de las tinieblas. Pero el alma no es tan fácil de maquillar como el aspecto físico, y la de aquel jovencito supuraba negra y enfermiza.

No le costó mucho acercarse a su presa y poco después ya estaban bailando. Además de ser atractivo tenía una personalidad magnética y una sonrisa que hechizaba. Tan solo una hora después, ambos se besaban apasionadamente en un rincón del atestado local, consumidos por una pasión irrefrenable. Sandra se dejó llevar y no tardaron mucho en entrar a trompicones en uno de los retretes del baño de señoras, sin parar de besarse se arrancaron la ropa, momento en el cual el rostro perfecto del joven se desfiguró en una sonrisa imposible que le llegaba literalmente de oreja a oreja decorada con una hilera de dientes puntiagudos y afiladísimos.

La expresión del ser delató su sorpresa cuando Sandra no solo no se asustó ni intentó huir, sino que aferró la garganta del demonio con su mano izquierda. Vió como en los ojos del joven se dibujaba lentamente una mirada de terror al darse cuenta de que la mano de la chica ejercía una fuerza muy superior a la que cabría esperar de ella. Forcejearon, Sandra colocó algo frente a los ojos del demonio, una lima metálica. El ser de las tinieblas no entendía nada hasta que la lima comenzó a brillar convirtiéndose en una daga de pura luz. Quiso gritar, pero el arma le atravesó la cabeza de lado a lado.

Salió del baño y se dirigió directamente a la salida, no quería estar por allí cuando alguien encontrarse el cuerpo carbonizado de aquel muchacho. Sabía que el humano que fue llevaba mucho tiempo muerto, y que incluso puede que accediese voluntariamente a ser poseído, pero no podía dejar de pensar que acababa de degollar y después incinerar a una persona. Cuando consideró que se había alejado lo suficiente, se apoyó en una pared junto a unos contenedores de basura y vomitó. Quizá ser una luchadora de la luz no era lo que ella había imaginado.

Siguió andando, sin notar que desde las sombras de un callejón, dos jóvenes la observaban.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Renacimiento

"Ahora si que la he cagado bien". Era lo único que Sandra podía pensar mientras recorría las oscuras calles del miserable barrio periférico, con el miedo marcado en cada una de sus hermosas facciones. La había cagado quedando con Diego, la había cagado dejando que la llevase a casa en coche, la había cagado no reaccionando cuando en lugar de dirigirse a su casa la llevó al polígono y la había cagado del todo bajándose del coche cuando quiso propasarse con ella. Ahora caminaba sola de noche por uno de los peores barrios de la ciudad, y se había perdido.

Siguió andando envarada, mirando hacia todos lados como un cervatillo recorriendo la guarida del lobo. Se oyeron ruidos saliendo de un callejón un poco más adelante de donde llegaba Sandra, que dio un respingo y se quedó paralizada cuando del callejón salió tambaleándose un hombre canoso vestido con un abrigo sucio y raído. El borracho pareció reparar en ella y comenzó a caminar en si dirección, el miedo la tenía paralizada pero reaccionó al sentir que algo se abalanzaba sobre su espalda. Se giró, pero demasiado tarde, antes de poder ver a su atacante notó un golpe en la nuca y todo se volvió negro.

Estaba en una playa, con el ruido del mar de fondo y el agua salpicándola en la cara, pero no podía abrir los ojos y notaba un terrible dolor de cabeza. Poco a poco, y con gran esfuerzo, su consciencia reconstruyó el puzzle de sus últimos recuerdos. El gilipollas de Diego, el polígono, las calles oscuras, el borracho del callejón, ¡la figura tras su espalda! Se incorporó de golpe y todo comenzó a darle vueltas, cuando pudo fijarse en lo que tenía alrededor vio q se encontraba en una especie de chabola, tenia la cara mojada y de fondo se oía el suave ronroneo de un motor. Dio un respingo cuando por el hueco que hacía las veces de puerta entró el borracho del callejón. Instintivamente se cubrió con la sucia colcha que la tapaba, aunque estaba completamente vestida, temblaba visiblemente y las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos.

- Tranquila, tranquila. No deberías andar a esas horas por ese barrio, pequeña, es peligroso.

Había algo en la voz de aquel hombre que resultaba tranquilizador, era grave pero melodiosa y agradable. Rondaría los 50 años con el pelo cano y largo sujeto en una coleta. Si no fuese por el miedo que tenía y la mugre, Sandra lo habría encontrado atractivo. Poco a poco se fue calmando y sintió que la angustia dejaba de atenazar su corazón.

- Déjame que te cuente una historia, así te relajaras y olvidaras el mal trago de antes.

Sonrió y aquella sonrisa iluminó el alma de la chica que asintió como una niña pequeña a la que le preguntan si quiere escuchar un cuento. El hombre se aclaró la garganta y comenzó.

"Voy a contarte una trágica historia, una historia de tiempos en los que los hombres ni siquiera recorrían la Tierra. Hace muchos siglos, este mundo estaba poblado por dos facciones irreconciliables que lucharon sin descanso durante miles de años. Unos eran seguidores de la luz, amantes de la vida y de la justicia, vosotros habéis recibido su deformado recuerdo bajo la denominación de ángeles. Los otros, como tu mirada delata, ya imaginarás que eran su contrario, sirvientes de la oscuridad y la vileza, recordados en estos tiempos como demonios.

Era una guerra vacua, pues ninguno de los dos bandos tenía una ventaja clara sobre el otro. Hasta que entró en escena el factor que podía desequilibrar la balanza. A través de inmensos portales una civilización venida de otras realidades llegó a este mundo e inmediatamente fue abordada por enviados de ambos bandos para intentar ganar a los recién llegados para su causa. Tras escuchar a los embajadores, los dirigentes de este pueblo que se hacían llamar Un-mann llegaron a la conclusión de que el bando de las tinieblas era enemigo de todo lo vivo y, por extensión, su enemigo.

La fuerzas combinadas de la luz y de los Un-mann comenzaron a derrotar a la oscuridad en todos los frentes, y en primera línea de batalla estaban siempre los Moloqai, los mejores guerreros de la luz. Sus alas, a diferencia de las del resto de sus hermanos, estaban compuestas de pura luz y pocos podían enfrentárseles en el campo de batalla.

Pero la oscuridad aún tenía una última carta que jugar, buscó al más débil y vanidoso entre los Moloqai y llenó sus oídos de alabanzas y mentiras sobre sus hermanos. Este miserable, cuyo nombre se olvidó hace mucho, convocó a todos los suyos a una asamblea, algo normal entre los Moloqai pues su número era relativamente reducido, y una vez allí fueron atacados y masacrados por las fuerzas de la sombra. Como recompensa, el traidor fue convertido en un poderoso ser de oscuridad que como una burla a la memoria de sus hermanos tomó el nombre de Moloch.

Sólo uno de los Moloqai había sobrevivido, ya que se encontraba el día de la asamblea fatídica en medio de una importante batalla que no pudo abandonar. Al oír las noticias de la traición de Moloch, este superviviente quiso ir a buscar al traidor pero entonces algo cambió para siempre este mundo. Los Un-Mann, entendiendo que la caída de los Moloqai estancaría de nuevo la guerra en una lucha eterna, utilizaron sus conocimientos sobre el viaje entre mundos para separar este en tres. La Tierra quedó entre los otros dos, sirviendo como nexo y hogar de los Un-Mann, otro lo conocéis como el Cielo y es el hogar de las fuerzas de la luz y por último en lo que denomináis Infierno habitan los servidores de las tinieblas.

Existen portales que el que sepa puede utilizar para viajar de un mundo a otro y así la guerra ha continuado, pero de una forma discreta y sutil, hasta el día de hoy. Pero recientemente se ha descubierto que las almas de los Moloqai sobrevivieron a su asesinato, quedando atrapadas en este mundo, aletargadas en el interior de algunos Un-Mann y después en sus descendientes, los humanos."

Sandra escuchaba absorta, sabiendo de alguna forma que aquello no era la fantasía de un demente o un cuento ficticio. El hombre permaneció unos segundos con la mirada perdida y después la miró intensamente.

- Ahora solo nos queda descubrir cómo despertar esa alma.

De pronto entendió lo que quería decir aquel misterioso hombre.

- Pero yo no.. yo no soy... yo no puedo ser...

- Oh, claro que si, créeme cuando te digo que no me equivoco en esto.

El hombre se levantó de la caja en la que se había sentado y al hacerlo Sandra notó algo extraño en sus ojos, sus pupilas ya no eran negras, sino doradas.

- Llevo demasiado tiempo solo.

Sandra dio un respingo cuando dos enormes alas de luz surgieron en la espalda del supuesto mendigo.

martes, 11 de marzo de 2008

Concurso terrorífico

Un año más Aullidos. com, una gran portal sobre cine y literatura de terror, convoca su concuro de relatos.

Yo no participo, pero un gran amigo mío si, y me gustaría que dedicaseis unos minutos a leer su relato (y los demás si quereis, claro). Os dejo el enlace al suyo:

http://www.aullidos.com/leer_relato.asp?id_relato=105


¡Y si os gusta, no dudeis en votar!

lunes, 10 de marzo de 2008

Lágrimas en el bosque

La pálida piel de la elfa estaba perlada de sudor, mientras se revolvía y gemía en el miserable catre de una sucia posada, las delicadas facciones de su rostro contraídas en una mueca de agonía. Le habían advertido sobre las pesadillas, pero estaba convencida de que la senda que acababa de comenzar a recorrer la llevaría a encontrar la forma de acabar con la maldición que estaba matando lentamente a su pueblo.

Estaba en el bosque de Quithayran, corriendo entre al espesura. No podía recordar quien o que la perseguía, pero la dominaba un terror absoluto que nublaba su mente. A toda velocidad se encaramó a las ramas bajas de un árbol y saltando con precisión y seguridad fue ascendiendo a la copa del árbol más alto del bosque. Al asomarse sobre las hojas superiores del árbol vio como desde el sur una marea de negras arañas comenzaban a devorar el bosque, la sorpresa fue sustituida por terror cuando notó como de debajo de la parte inferior de su coraza empezaba a brotar un torrente de diminutas arañas que devoraban su carne. El árbol se derrumbó y cayó al vacío mientras era consumida por las arañas y una tormenta de fuego arrasaba todo a su alrededor.

Se despertó gritando y saltó de la cama, todo su cuerpo desnudo temblando sin control. Cuando recuperó el aliento y se dio cuenta de donde estaba comenzó a sollozar. Tras unos minutos consiguió recuperar la calma lo suficiente para rebuscar en su bolsa y sacar un mazo de cartas grabadas en un material de aspecto quitinoso. Extrajo las ocho cartas superiores y se concentró, notando el poder que emanaba de ellas. Mezcló las cartas y con un gesto un tanto dubitativo dio la vuelta a la primera.

Terminó de ajustarse la armadura y se colocó el arco a la espalda, recogió la bolsa e introdujo en ella el Tarot de Cadwallon que acababa de encantar. Levantó del suelo la carta que estaba boca arriba, mostraba un reloj con personas y animales cayéndo de una de sus agujas. Era la carta X, el Destino, en Ascendente.

Sonrió mientras guardaba la carta, algunos sacrificios merecían la pena.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Revelaciones (Final)

La cara de Sebastian no terminaba de decidirse entre la sorpresa y la confusión. Lentamente, se incorporó mientras el extraño salía del agua y se acercaba a por la ropa que había dejado en la orilla.

- ¿Hermano? ¡Yo no tengo ningún hermano! ¿Cómo has podido verme?

Sebastian sentía ansiedad, incertidumbre, apenas si podía pensar con claridad. El extraño se giró hacia el con solo unos raídos pantalones de cuero puestos, en medio de su pecho destacaba tatuada una letra O de medio palmo de altura. Miró a sebastian y lanzó una carcajada.

- No me digas que tu tampoco recuerdas nada... - Con un cómico suspiro miró al cielo - Jeeesus, vaya jaleo se ha montado...

No entendía de que estaba hablando este extraño personaje, trató de recordar a algún hermano en su infancia pero no pudo, sin embargo poco a poco una terrible certeza se abrió camino hacia su mente. No recordaba nada, su último recuerdo se remontaba a hacía un par de meses cuando entró en aquella oscura tienda y encontró a la primera de sus musas...

Se le heló la sangre, ¡su musa!

- ¿Donde...?

Con un gesto firme y seguro, el extraño apoyó su mano sobre el hombro de Sebastian mientras le sonreía.

- Tranquilo, está bien, he cuidado de ella.

La pequeña musa voló hasta la mano del desconocido, le lanzó un beso y voló de nuevo hacia Sebastian riendo alegremente y fundiéndose en su garganta.

- Debes seguir buscándolas, no importa lo que recuerdes ni lo que creas, alguien ha hecho algo terrible y se ha alterado lo que debía pasar. No se porqué yo me he mantenido sin cambiar, pero tu y el otro de nuestros hermanos que me he encontrado desde aquello habéis perdido la memoria. Quizá reunirte con todas tus pequeñas te complete de nuevo.

- ¿Otro hermano? ¡Tienes que contarme más!

Miró a su recién descubierto hermano mientras se ponía un simple chaleco de cuero sobre el torso desnudo. El tatuaje de su pecho podría ser también una Q

- Bueno, no te pongas nervioso, te contare unas cuantas cosas que he averiguado, aunque no a cambio de nada...

- Si lo que buscas es dinero... - Sacó un puñado de gemas del bolsillo de su abrigo.

- Ja ja ja ¡Vaya! ¡Aun tienes ese abrigo tan útil! - Cogió las gemas que le tendía el otro y observó con detenimiento un rubí perfecto - Siempre tuviste talento para estas cosas.

Lanzó el rubí al agua del río haciendo que saltase varias veces sobre su superficie y empezó a caminar hacia el puente.

- ¿No vas a venir? En realidad el pago que quiero es que me amenices un poco el camino cantando algo, yo lo hago fatal je je je.

Mil preguntas se agolpaban en la mente de Sebastian, sacudió la cabeza para aclararse un poco y vio que el extraño se alejaba a buen paso. Dudó solo un momento antes de correr para alcanzarle.

Sin saber por qué, de repente tuvo claro que el tatuaje del pecho de este que decía ser su hermano era un cero.

Réquiem for a Dungeon Master

Ayer, 4 de Marzo de 2008, dejó el Plano Material Gary Gigax a la edad de 69 años.

Hoy el rol está de luto, en memoria de uno de sus dos creadores.


martes, 4 de marzo de 2008

Revelaciones (Primera parte)

Sebastian caminaba por un camino que discurría junto al margen de un río poco profundo, agradeciendo la sombra de los árboles que crecían en la rivera del cauce. Llevaba ya varias horas andando desde que en el último pueblo le indicasen que el hombre al que había estado siguiendo la pista había partido en esta dirección. Estaba convencido de que éste retenía a otra de sus amadas musas y que de algún modo sabía que Sebastian le estaba buscando, por eso había huido del pueblo.

Con estos pensamientos rondándole llegó a una curva del cauce que el camino salvaba mediante un pequeño puente de madera escondido entre los árboles. El lugar perfecto para una emboscada, pensó Sebastian. Aunque este pensamiento se desvaneció
en un mar de sorpresa casi nada más nacer, de entre la vegetación de la orilla junto al puente venia una melodía potente y desafinada. Alguien estaba cantando, todos los planes y estrategias de Sebastian de derrumbaron ante la posibilidad de que quien cantase fuese su presa.

Proyectando la ilusión de ser invisible, se acercó con cuidado a la arboleda que rodeaba el puente. Cuando se asomó al cauce necesitó de todo su autocontrol para evitar exclamar sorprendido una vez más. A la sombra del puente, donde el río formaba un pequeño remanso, se encontraba bañándose el hombre que le habían descrito y al que llevaba varios días siguiendo.

Era un hombre de complexión robusta, con el pelo
rubio y corto excepto una trenza que arrancaba de su nuca y se sumergía en el agua que le llegaba por la cintura. Se encontraba de espaldas a Sebastian, lo que le permitía ver que tenía varios tatuajes en los hombros y antebrazos. Sin embargo, lo que hacía aquella escena cómica y terrible a la vez, era que el hombre cantaba a voz en grito desafinando mucho, aunque extrañamente el resultado era muy bello, y delante de el bailaba sobre el agua un pequeño ser de luz con aspecto de mujer alada. Una musa, su musa.

Los pensamientos se agolpaban en su cerebro, tratando de imponerse unos sobre otros al ritmo frenético de su corazón. No recordaba haberse encontrado nunca en tal estado de confusión y pánico. Hasta que de repente, el hombre dejó de cantar y se giró hacia los arbustos entre los que se escondía. Miró directamente hacia el y sonrió.

- ¡¡Cuánto tiempo!! Me alegro mucho de verte, hermanito.

Continuará...

domingo, 2 de marzo de 2008

Sonrisas

Érase una vez un severo profesor que paseaba por el bosque cercano a la pequeña ciudad en la que vivía. Don Cosme tenía fama de estricto y severo, los niños del colegio donde daba clase le temían, pues había llegado a castigar a un alumno por sonreír en su clase.

Gustaba Don Cosme de disipar las estúpidas fantasías de sus alumnos, tales como cuentos de hadas y tonterías similares. En esto que según paseaba por el bosque el profesor vio sobre una flor las alas de una mariposa enorme con unos colores llamativos y brillantes, aficionado como era al estudio y colección de raros insectos se acercó despacio a la flor y con un movimiento rápido y preciso lanzó su gorro sobre la mariposa. Con mucho cuidado para no hacer daño al delicado insecto, recogió el gorro cerrándolo rápidamente y se fue hacia su casa.

Una vez en casa, cogió un bote grande y con mucho cuidado fue abriendo la abertura del gorro de tal forma que encajase en la boca del bote. Pero cual fue su sorpresa cuando lo que cayó en el bote no fue una mariposa enorme, si no una persona diminuta con un par de llamativas alas de mariposa en la espalda y vestida con lo que parecían pétalos de diversos colores y formas. Del susto , Don Cosme soltó el gorro y se tropezó con una silla, quedando sentado en el suelo con una mueca de sorpresa. El curioso ser salió volando rápidamente de bote pero, en lugar de marcharse por la ventana, se posó sonriendo en la rodilla del sorprendido profesor.

- Hola.

Al ver que aquella personita también era capaz de hablar, el maestro abrió mucho la boca quedándose congelado con una expresión de sorpresa bastante tonta. El hada, porque estaba claro que eso era un hada, rió divertida y su risa le sonó a Don Cosme como el tintineo de pequeñas campanillas de plata.

- ¡¡Vaya cara que se te ha quedado!! Ya que me has traído hasta aquí de una forma tan incomoda por lo menos podrías saludar, yo me llamo Naru. – Observó divertida la cara congelada del profesor y sonrió.

- Ho.. hola... yo...me me llamo Cosme.

- ¡¡Bien!! ¡Puedes hablar! No te preocupes por lo del gorro, que por cierto huele fatal, por la cara que has puesto al verme creo que me has confundido con otra cosa.

El hada rió de nuevo, empezó a volar, se acercó al profesor y le besó en las mejillas. Muak muak.

- Me tengo que marchar, mis pequeños se preocuparán si tardo mucho más en llegar a clase.

- ¿A clase? ¿Tu eres profesora?

- ¡Pues claro! ¿Quien sino una profesora iba a acercarse a ti para enseñarte a ser menos rancio?

Riendo, el hada se fue volando por la ventana. Al día siguiente los alumnos esperaban a Don Cosme, todos quietos en su sitio por miedo a ser castigados. El profesor entro por la puerta y les saludó como cada mañana, pero todos tardaron un poco en reaccionar, no creyéndose lo que acababan de ver. El estricto Don Cosme les había sonreído.

Dedicado a esa hadita que nos pinta sonrisas de color :)