miércoles, 21 de mayo de 2008

Primer día

Mientras el taxi se marchaba miraba confuso el trozo de papel donde había apuntado la dirección donde debía presentarse para su nuevo puesto. Sabía que la había cagado en su última misión, no entendía que le había pasado pero lo que importaba era que había mandado a la mierda una operación que el departamento de Inteligencia del Gobierno llevaba preparando un año.

Aún así esto le parecía excesivo, frente a él un edificio destartalado y mugriento se elevaba apenas cuatro plantas. Un cartel oxidado al lado de la puerta indicaba que se trataba de la Subdelegación del Gobierno para el control de animales y plantas perjudiciales. Era una tapadera, por supuesto, pero aquello era demasiado cutre, este destino era un castigo, sin duda.

Atravesó la puerta, que colgaba pesadamente de unas bisagras llenas de óxido y suciedad. El olor a humedad que se respiraba dentro encajaba perfectamente con el descuidado vestíbulo, al fondo del cual había una mesa en la que se podía leer RECEPCIÓN. La mujer que se sentaba en la mesa, que le pereció una severa institutriz solterona y amargada de unos doscientos años, le atravesó con una mirada de desprecio que paralizaba hasta el corazón. Avanzó con dificultad hasta ella y consiguió hablar con un hilo de voz.

- So... soy Alberto Hinojosa, te... tengo una cita con...

Miró el trozo de papel, pero no podía leer nada de lo que le temblaba la mano. Sin apartar ni un momento su aterradora mirada de él, la recepcionista señaló el ascensor a su izquierda.

- Sótano dos.

La voz de la mujer sonaba como un tenedor arañando una pizarra, Alberto sentía una presión insoportable en el pecho y se dirigió casi corriendo al ascensor, entró notando esos dos ojos clavándose en su espalda y pulsó nervioso el botón del sótano dos. Mientras bajaba la presión se fue relajando y para cuando las puertas se volvían a abrir estaba casi riéndose de la absurda paranoia que le había entrado arriba, los nervios se dijo.

Al abrirse las puertas un sonriente joven de veintipocos años le estaba esperando.

- Usted debe ser Alberto ¿no? ¡Genial! Si es tan amable de acompañarme iremos a ver al señor Emeterio inmediatamente. Le envía por adelantado sus disculpas, ha surgido un asunto urgente y no le recibirá en su despacho.

Caminaron por un largo pasillo, el joven tenía una conversación agradable y Alberto no se percató de que el pasillo que recorrían era mucho más largo que el tamaño del edificio de arriba. Finalmente llegaron a una puerta metálica de doble hoja tan desvencijada como todo lo demás y que sólo se identificaba por un desgastado número pintado sobre ella. Distraidamente y sin parar de hablar sobre la lluviosa primavera que estaba haciendo, el joven apoyó la mano en un punto de la pared, un breve brillo recorrió la mano y la puerta se abrió, dando paso a una pequeña sala forrada de acero con otra puerta al fondo, esta con un aspecto mucho más moderno.

Entraron en la sala y la primera puerta se cerró sin hacer ningún ruido, Alberto se dio cuenta de que por dentro parecía igual a la otra y que su grosor era de al menos medio metro. La segunda puerta se abrió sola y un brutal gruñido seguido del estruendo de enormes golpes le sobrecogió.

- No tenga miedo, todo está bajo control.

Ahora estaban en una sala mucho más grande, forrada completamente de acero y con un gran ventanal al fondo por el que estaban mirando dos hombres. Uno de ellos, de cabello largo y poco cuidado, se giró cuando entraron.

- Vaya, tu debes ser Alberto ¿no? Te estabamos esperando, te ruego que me disculpes por recibirte aquí, pero hemos tenido que atender un... imprevisto.

El hombre, que aparentaba unos cuarenta años y se movía de forma elegante señaló hacia el ventanal donde, para sorpresa de Alberto, un ser de unos tres metros, de aspecto deforme, unos brazos desmesuradamente grandes y una piel de aspecto similar a la corteza de un árbol verde golpeaba brutalmente las paredes mientras gritaba con una potencia sobrehumana.

- Bien, no nos vamos a andar con rodeos, mi nombre es Emeterus. Estás aquí porque últimamente has desarrollado ciertas... habilidades y, por si te lo preguntas, eso de ahí dentro es un troll.

martes, 13 de mayo de 2008

Lluvia

Una niña corría por las calles grises de una enorme urbe, una de las muchas que infestaban el mundo. Los límites de hormigón y metal de cada una de aquellas inmensas manchas de progreso desbocado tocaban los de las de alrededor, cubriendo todo el planeta con una tupida red de asfixiante bienestar artificial.

Corría por calles de color ceniza y ceniza eran también el sabor y olor de aquellos caminos a ningún sitio. Las nubes se arremolinaban en el cielo, una gran tormenta se estaba gestando, y la niña corría hacia el sitio desde el que miraba las nubes esperando la lluvia.

Porque nunca llovía.

Había agua en las casas, que se purificaba una y otra vez. Los ríos estaban secos, aunque ya hacía mucho que sus lechos habían sido edificados, igual que los de los océanos. La cantidad de humanos que infestaban aquellas colmenas de cemento era tan grande que la comida escaseaba desde hacía años.

La niña nunca pensaba en eso, era demasiado pequeña, ella sólo quería ver llover. Escurriéndose por el hueco de una tapia destartalada llegó a su lugar secreto, en medio de un angosto patio lleno de suciedad, toda ella gris por supuesto, se erigían los restos de lo que hace mucho debió ser un árbol, el único que ella había visto jamás, aunque solo fuese medio tronco petrificado.

Se encaramó en la madera gris y se quedó mirando las nubes grises con expectación cubriendo cada rasgo de su escuálida cara. Sabía que no iba a pasar nada, pero le gustaba soñar con la sensación de las gotas empapando su cuerpo. Cerró los ojos y dejó que su imaginación abandonase aquella gris existencia durante unos momentos con alas de fantasía y esperanza.

Sonó un ruido como el de una explosión y abrió los ojos asustada. Nunca había oído un trueno.

plic

Notó una sensación extraña y se tocó la mejilla, mientras se miraba los dedos manchados de azul, más gotas empezaron a empaparla a ella y a todo lo que la rodeaba

plic plic plic plic plic

Reía y reía sin parar mientras una lluvia torrencial derramaba sobre la ciudad una infinidad de colores que lo teñían todo. Estaba empapada, con su piel antes grisacea cubierta con todo un arcoiris caótico y alegre. En medio de la tormenta de colores la niña dejó de bailar y reir un momento al observar que habia algo sobre el tronco del viejo arbol. Se acercó y observó detenidamene antes de romper a reir a carcajadas.

Nunca había visto una hoja y ni mucho menos una flor pero, no sabía por qué, le gustaban.

Para ti, que no solo coloreas sonrisas, si no también tormentas

jueves, 8 de mayo de 2008

La Batalla de los Cinco Héroes

Hida Shoen observaba con gesto severo desde lo alto de la Muralla Kaiu como sus advertencias se cumplían. Le había aconsejado a aquel oficial de la Legión Esmeralda que no se adentrase en las Tierras Sombrías, pero sus consejos habían sido tomados por el engreído oficial como un insulto a su capacidad de mando.

Ahora una turba de bakemono y oni engullía a las fuerzas de la Legión. Esa tarde el imperio no sólo perdería mil samurais y un oficial estúpido, si no que además ganaría mil y un enemigos no-muertos más. Si de vez en cuando se hiciese caso a los Cangrejo...

El Hida salió de sus cavilaciones cuando notó un pequeño revuelo entre los Cangrejo situados en su misma sección de la Muralla. Miró hacia donde señalaban y vió a uno de los Legionarios, un Hida, que se elevaba entre la marea de bakemono como una montaña en medio de una inundación.

Golpeando sin parar con su martillo, con cada impacto cuatro de las pequeñas bestias salían volando. Hida Shoen vió como dos ogros, armados con sendos troncos de árbol centraban su atención en el Cangrejo y se lanzaban hacia él para aplastarle, aquel Hida tendría una buena muerte.

Cuando los ogros se encontraban a unos pocos pasos, un samurai salido de la nada saltó sobre los hombros del Hida. Vestía sin armadura excepto una máscara similar a las del kabuki, no era necesario buscar mon o reparar en el granate de su kimono, era un Escorpión. Tomando impulso a una velocidad cegadora saltó sobre los ogros desencadenando un torbellino de metal con su naginata.

Tocó el suelo mientras los ogros se desplomaban decapitados, y varios trasgos se lanzaron sobre el. A cada golpe de las bestias se opuso una brillante hoja mientras otro samurai, este vestido con una armadura ligera de colores oro y verde, ejecutaba suaves movimientos con sus dos espadas, que parecían fluir como el agua en un arrollo.

Situandose cerca del inamovible Hida, el Escorpión y el Dragón danzaron una hipnótica coreografía de muerte, cortando la masa de bakemono como heimin recolectando arroz. Los samurai de la muralla empezaban a creer que aquellos héroes podrían sobrevivir a aquel dia cuando se encaró con ellos un oni compuesto por un abotargado cuerpo y unas fauces descomunales. El rugido del monstro se tornó en grito de dolor cuando se abrió un enorme tajo en su vientre y saltó desde dentro un hombre con las placas de color anaranjado de su armadura y una espada a dos manos humeando por los fluidos del oni. Se dirigió hacia los otros tres samurai descargando brutales tajos mientras gritaba con cada uno el nombre de uno de sus ancestros, todos ellos héroes del clan León.

Hida Shoen perdió la sonrisa cuando sus hombres señalaron a la figura que se había unido a la batalla. Cabalgando lo que un día debió ser un poderoso corcel, una figura de aspecto corrupto y malsano señaló a los cuatro samurai.

- Morireis en el nombre de Fu-Leng.

Aquella voz helaba la sangre y pese a la distancia, los Cangrejo de la Muralla pudieron oirla perfectamente. Como tambíen oyeron la voz que respondió.

- Cantas victoria demasiado rápido, escoria traidora.

Un quinto samurai se unió a los anteriores, el color celeste de sus ropas recortado por las placas de acero teñidas de negro de su armadura. Una enorme cicatriz surcaba su cara y sus ojos esataban cubiertos por una cinta negra. Aún así no parecía vacilar y sujetaba firmemente su yari.

El Moto Oscuro cargó al galope hacia los samurais, ante la atenta mirada de los Cangrejo de la Muralla. Y así es como los cinco entraron en la leyenda...

lunes, 5 de mayo de 2008

Herencia

Capítulos anteriores:
Renacimiento
Comienza la caza

Instinto
Traiciones
Historias

Ninguno de los nueve seres que se encontraba en el amplio salón era humano, así que aunque Sandra adaptó sus sentidos a la velocidad sobrehumana a la que se movía, le dió la sensación de que no lo había hecho, con los deformes poseídos, su maestro y los amigos de éste moviendose a la misma velocidad que ella. Se corrigió, todos menos Escofel, el guardián se movía sensiblemente más rápido que todos los demás y con una gracilidad asombrosa.

Con un fluído movimiento golpeó a ambos lados y completó la complicada filigrana atravesando la garganta del poseído que tenía justo delante, mientras las cabezas de los que intentaban atacarle por los flancos caían a camara lenta. En un solo movimiento sacó la espada en llamas del cadáver y golpeó con el codo al poseído que saltaba sobre su espalda, cuya cabeza sonó como un coco al romperse.

- Demasiado fácil

Escofel no había terminado de decir estas palabras, decapitando
distraidamente al poseido que aún intentaba levantarse del suelo tras el impacto de la puerta, cuando sintieron como toda la estructura del edificio vibraba. Antes de que Sandra pudiese reccionar, Kirenel la agarró con fuerza y se elevó desplegando sus alas de luz, en tanto que la sanadora hacía lo propio extendiendo un par de elegantes alas blancas. Mientras atravesaban el techo y ascendían a toda velocidad, la vibración de la estructura desembocó en una brutal explosión que engulló el edificio. Sandra pudo ver como Escofel trataba de ascender, pero varios seres como los que acababa de eliminar saltaban sobre el impidiendoselo y desapareciendo todos en medio de la conflagración.

Contuvo el aliento.

- Escofel...

- Tranquila jovencita, hace falta mucho más que eso para acabar con un Cataphractoi. Ahora debemos preocuparnos de cómo nos han encontrado esos miserables y cómo es posible que hallan burlado las defensas de T'ann.

Ambos dirigieron su vista hacia la sanadora que volaba cerca de ellos con expresion pensativa y preocupada. Comenzó a hablar pero las palabras murieron en su boca al mismo tiempo que los tres miraban hacia abajo, donde una nube de seres, que se podrían describir como una cabeza humana de enormes colmillos con grandes alas de insecto a cada lado, se acercaba a ellos desde las llamas de la explosión. Atravesando la maraña de abominaciones Sandra vio ascender una figura de color metálico, que se dirigia a ellos a toda velocidad. Cuando emergió del enjambre reconoció la figura de Escofel, aunque ahora su piel y alas tenían aspecto metálico, brillando como si fuesen de acero pulido.

El Cataphractoi golpeaba frenéticamente y las cabezas caían envueltas en llamas por docenas . Algunas intentaban morderle, pero su piel no parecía ser metálica solo en aspecto y los negros colmillos no llegaban a mellarla siquiera. Unos pocos de aquellos seres esquivaron a Escofel y se dirigieron hacia ellos tres; sujetando a Sandra con una sola mano Kirenel sacó un desmadejado cordón de unos dos metros y lo extendió mientras comenzaba a brillar, el látigo de luz restallaba y con cada golpe una cabeza caía hacia las llamas que se extendían por el miserable barrio como si las casas fuesen de papel.

Una sola abominación superó el alcance del látigo del Moloqai y se abalanzó sobre el mordiendo salvajemente el brazo con el que sujetaba a Sandra.

Comenzó a caer, pasando al lado de Escofel, que destruía las últimas cabezas que quedaban. Kirenel golpeó a la abominación que tenia las mandíbulas apresando su antebrazo, haciendo añicos el cráneo de la criatura. Se lanzó en pos de su pupila, temiendo que no estuviese preparada para desplegar sus alas.

Sandra vió en la orilla de un pequeño canal que había actuado como cortafuegos a un hombre que contemplaba la escena y deseó poder estar viendolo todo desde una posición tan cómoda. Notó un fogonazo bajo ella y se golpeó dolorosamente contra el asfalto, a escasos metros de aquel hombre. Naraal dejó al muchacho
inconsciente que llevaba en brazos en el suelo y se acercó sonriente a Sandra, agachandose junto a ella.

- ¿Se puede saber cómo demonios has hecho eso?