martes, 13 de mayo de 2008

Lluvia

Una niña corría por las calles grises de una enorme urbe, una de las muchas que infestaban el mundo. Los límites de hormigón y metal de cada una de aquellas inmensas manchas de progreso desbocado tocaban los de las de alrededor, cubriendo todo el planeta con una tupida red de asfixiante bienestar artificial.

Corría por calles de color ceniza y ceniza eran también el sabor y olor de aquellos caminos a ningún sitio. Las nubes se arremolinaban en el cielo, una gran tormenta se estaba gestando, y la niña corría hacia el sitio desde el que miraba las nubes esperando la lluvia.

Porque nunca llovía.

Había agua en las casas, que se purificaba una y otra vez. Los ríos estaban secos, aunque ya hacía mucho que sus lechos habían sido edificados, igual que los de los océanos. La cantidad de humanos que infestaban aquellas colmenas de cemento era tan grande que la comida escaseaba desde hacía años.

La niña nunca pensaba en eso, era demasiado pequeña, ella sólo quería ver llover. Escurriéndose por el hueco de una tapia destartalada llegó a su lugar secreto, en medio de un angosto patio lleno de suciedad, toda ella gris por supuesto, se erigían los restos de lo que hace mucho debió ser un árbol, el único que ella había visto jamás, aunque solo fuese medio tronco petrificado.

Se encaramó en la madera gris y se quedó mirando las nubes grises con expectación cubriendo cada rasgo de su escuálida cara. Sabía que no iba a pasar nada, pero le gustaba soñar con la sensación de las gotas empapando su cuerpo. Cerró los ojos y dejó que su imaginación abandonase aquella gris existencia durante unos momentos con alas de fantasía y esperanza.

Sonó un ruido como el de una explosión y abrió los ojos asustada. Nunca había oído un trueno.

plic

Notó una sensación extraña y se tocó la mejilla, mientras se miraba los dedos manchados de azul, más gotas empezaron a empaparla a ella y a todo lo que la rodeaba

plic plic plic plic plic

Reía y reía sin parar mientras una lluvia torrencial derramaba sobre la ciudad una infinidad de colores que lo teñían todo. Estaba empapada, con su piel antes grisacea cubierta con todo un arcoiris caótico y alegre. En medio de la tormenta de colores la niña dejó de bailar y reir un momento al observar que habia algo sobre el tronco del viejo arbol. Se acercó y observó detenidamene antes de romper a reir a carcajadas.

Nunca había visto una hoja y ni mucho menos una flor pero, no sabía por qué, le gustaban.

Para ti, que no solo coloreas sonrisas, si no también tormentas

1 comentario:

Naru dijo...

Me encantaría que lloviesen gotas de color, aunque solo fuesen unos minutos...bastaria para teñir un poco las ciudades, dándolas un poco de alegria.
Un muá:)