En un solar abandonado vivían varias docenas de gatos, pero de entre todos ellos uno destacaba, para su desgracia.
Su aspecto era bastante normal, con un pelaje de un marrón indefinido, orejas, hocico y patas como los de los demás. Pero algo hacía destacar a ese gato a simple vista, y ese algo era la longitud de su cuerpo, era una especie de perro salchicha pero en gato.
Los demás gatos solían meterse con el por su aspecto y porque su longitud adicional le hacía más torpe. Pero además de más largo era también más grande que la mayoría de gatitos de su edad, así que cuando se burlaban de él lo hacían a distancia para aprovechar su mayor agilidad y velocidad.
Durante su primera primavera de vida, dos pequeños bultos comenzaron a agrandarse en su cabeza, justo detrás de sus ojos a la altura de las orejas. Con esta rareza llegaron más burlas, así que el gatito se pasaba el día solo, evitando a los demás gatos.
Poco después, en otoño de aquel mismo año, el pelo comenzó a caérsele. Los gatos más acianos le revisaron y debajo de un mechón recién caído vieron preocupados que la piel tenia un tono extraño, cercano al dorado y decidieron expulsarle de su territorio por si estaba enfermo.
El gato, que ya tenía un aspecto peculiar, procuró esconderse en un sucio callejón y se quedó dormido.
Unos ladridos le despertaron y vio como por la entrada del callejón se acercaban tres enormes perros amenazantes, con las mandíbulas llenas de puntiagudos colmillos babeantes. Asustado, corrió hacia la pared del fondo del callejón y trató de escalar soltando más y más matas de pelo. Pero era inútil, sus zapas no eran lo bastante fuertes y su cuerpo desgarbado era demasiado torpe.
Sintió los latidos desenfrenados de su corazón, y haciendo un último esfuerzo, dio un salto más alto de lo que creía poder dar y clavó sus zarpas en la pared. No se paró a pensar en como lo había hecho, de un salto pasó por encima de los perros y comenzó a correr lo más rápido que podía, perdiendo casi todo el pelo en su carrera. Pero eso daba igual, iba mucho más deprisa de lo que creía que podía correr, hasta que se dio cuenta de que no estaba corriendo, tenia las patitas pegadas al cuerpo y surcaba el aire como una serpiente. Asustado se paró y apoyó las patas, pero ese susto se le pasó cuando se vio reflejado en un charco. Ahí en el agua no le devolvía la mirada el feúcho gato de siempre, si no un ser con pequeñas y elegantes escamas doradas y dos pequeños cuernos en la cabeza.
Nunca había visto uno, pero estaba seguro de que le iba a gustar ser un dragón.
2 comentarios:
a las buenas!!!
una historia muy... muy... similar a la del patito feo:P, jejeje, pero más fantasiosa, te pega;)
Pensaba q se convertiria en un lince o algo parecido, pero no se me hubiera ocurrido que se convirtiese un gato en dragón (no veo semejanza)
Un besito:)
Mira que me lo imajinaba cuando contaste lo de los cuernos, pero que friki que eres.
Un beso
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