Celebraban su reunión anual, en las profundidades de las mas oscuras catacumbas bajo la torre construida con huesos de la isla olvidada poblada por los fantasmas de los náufragos.
La iluminación en la sala era casi inexistente, aumentando la oscuridad de las ropas y rasgos de los presentes. En torno a una enorme mesa de hierro oxidado, 13 figuras de negros ropajes se sentaban en tronos compuestos de huesos humanos. Todos ellos eran seres tan poderosos como malvados, tiranos que gobernaban imperios con puño de hierro, locos que experimentaban con seres humanos de formas inconfesables, magos ávidos de poder que recurrían a artes prohibidas para saciar sus ansias.
Una vez al año, esta colección de expresiones de maldad y vileza se reunía para coordinar sus acciones, intercambiar noticias y amenazas y tratar de exterminarse unos a otros. Se observaban entre ellos, con tanta avaricia como desconfianza, uno de ellos llegaba tarde a la cita y todos trataban de discernir cual de los demás podría haberlo eliminado.
Las puertas de la sala chirriaron de forma agonizante y una figura delgada y encorvada entró. Vestía una capa negra con una capucha que ocultaba completamente su rostro. Pero los presentes no necesitaban verlo para identificar al recién llegado, era Vastalis, un poderoso mago experto en la experimentación con seres vivos.
Se sentó en su sitio y comenzaron la reunión. El ritual tradicional exigía que los asistentes vertiesen unas pocas gotas de sangre, o el fluido que corriese por su cuerpo, sobre un sello de cristal encajado en la mesa frente a cada uno de ellos. Al hacerlo, el cristal se tornaba negro como el carbón, confirmando la identidad de los reunidos. Todos ennegrecieron sus cristales, todos excepto Vastalis, que no había puesto su sangre aún. El comportamiento del mago era muy extraño y los señores del Mal se prepararon de forma más o menos discreta por si algún necio había intentado colarse en su reunión.
Lentamente, los más perceptivos jurarían que con cierto temblor, Vastalis vertió unas gotas de sangre sobre su sello, el cual empezó a ennegrecer pero se detuvo en un tono apenas grisáceo. Incluso, si se observaba atentamente, se podían distinguir ligeros tonos irisados en el cristal. Sacando sus armas o invocando negras energías los reunidos se abalanzaron sobre el impostor, que se levanto precipitadamente apartándose de ellos.
- ¡Alto! Soy yo, Vastalis
Se quitó la capucha, mostrando el conocido rostro del mago, aunque todos observaron que había algo diferente en el, sus ojos revelaban un brillo que nunca habían visto en un miembro del oscuro consejo.
- ¡¡No soy un impostor!! ¡¡Dejad que me explique!!
Se miraron entre ellos para después clavar la mirada en el mago, que interpretó este gesto como un permiso para hablar.
- Hace unos meses capturé a un hada en el bosque esmeralda y me dispuse a efectuar unos experimentos que llevaba bastante tiempo preparando. Se escapó, pero antes esa maldita bruja me hizo algo, mirad
Con un gesto, el mago hizo aparecer los que debía ser una oscura esfera de tinieblas sobre la palma de su mano, pero en su lugar surgió una esfera de luz de vivos colores.
Los señores del Mal se cubrieron los ojos por la molesta luz, mientras proferían gritos de ira e indignación. El mago hizo desaparecer la esfera con un gesto de asco.
Algunos de los presentes que sentían curiosidad se acercaron con cautela a su desdichado compañero.
- ¿Y como fue? ¿Te lanzó un hechizo, te inoculó un veneno quizá? ¿Alguna maldición, una enfermedad?
- No, no... No soy capaz de explicarlo, no fue algo que me hiciese... Creo que fue su presencia, su luz en mi lóbrego laboratorio...
Los que estaban observando al mago se apartaron temerosos, sus ojos parecían más brillantes y su cara más luminosa. Transmitía algo que no podían calificar, pero que les causaba pavor.
- Vastalis, es evidente que te han contagiado con algún tipo de enfermedad de la luz, y nos has puesto en peligro a todos viniendo. Debes buscar a esa hada y sacarle una cura.
El rostro del mago pareció de pronto mucho más joven, no se le había ocurrido buscar de nuevo a la pequeña hada. Todos vieron horrorizados como una sonrisa brotaba de sus resecos labios.
- Si, si, ¡es una idea estupenda! ¡¡Saldré ahora mismo a buscarla!!
Con paso presuroso salió de la sala pensando donde podría encontrar a la pequeña fata.
Todos los demás señores del Mal se miraron preocupados, no tenían ni idea de que podría estarle pasando a Vastalis. Cosa lógica, porque realmente era la primera vez que uno de ellos se enamoraba.