Unos niños jugaban en un claro próximo a la aldea. Uno de ellos enseñaba a los demás un objeto brillante y un corro de caras de asombro le escuchaba.
“Lo encontré en el bosque, a menos de cien pasos desde aquí, en el borde de un camino. Seguramente se le cayó a un comerciante y lo abandonó allí.”
Los demás seguían extasiados mirando el trozo de espejo mientras el niño les explicaba que había muchos trozos más donde lo encontró. Nunca habían visto algo así y la extraña magia del fragmento excitaba su infantil imaginación. Rápidamente, todos salieron corriendo hacia donde les había indicado el poseedor de aquel maravilloso tesoro. Todos menos uno.
“¿No quieres coger uno de los pedazos del espejo? Creo que habrá más que suficientes para todos.”
“No”
“Jajaja, todos se reirán de ti, que no tienes un pedazo por ser un cobarde”
“No me da miedo el bosque, yo no he ido corriendo hacia tu trampa porque a diferencia de los demás, yo sé distinguir a un impostor. Tú no eres un niño de esta aldea”
“Ah, ¿no? Y por qué, si puede saberse”
“Porque ninguno de nosotros sabe como se llama la cosa esa a la que tu llamas espejo, y sobre todo porque ningún niño de esta aldea sería tan imbécil como para acercarse tanto al viejo pozo”
Y de una patada borró la sonrisa del falso niño.
2 comentarios:
Me gusta el estilo que tienes al contar este tipo de historias, sin artificios y con una sencillez que encandila.
Te recomiendo el enlace de mi blog "Maria"
Un abrazo,
Pedro.
Mola Mola Mola Mola Mola Mola Mola
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