jueves, 31 de enero de 2008

Plaga

Celebraban su reunión anual, en las profundidades de las mas oscuras catacumbas bajo la torre construida con huesos de la isla olvidada poblada por los fantasmas de los náufragos.

La iluminación en la sala era casi inexistente, aumentando la oscuridad de las ropas y rasgos de los presentes. En torno a una enorme mesa de hierro oxidado, 13 figuras de negros ropajes se sentaban en tronos compuestos de huesos humanos. Todos ellos eran seres tan poderosos como malvados, tiranos que gobernaban imperios con puño de hierro, locos que experimentaban con seres humanos de formas inconfesables, magos ávidos de poder que recurrían a artes prohibidas para saciar sus ansias.

Una vez al año, esta colección de expresiones de maldad y vileza se reunía para coordinar sus acciones, intercambiar noticias y amenazas y tratar de exterminarse unos a otros. Se observaban entre ellos, con tanta avaricia como desconfianza, uno de ellos llegaba tarde a la cita y todos trataban de discernir cual de los demás podría haberlo eliminado.

Las puertas de la sala chirriaron de forma agonizante y una figura delgada y encorvada entró. Vestía una capa negra con una capucha que ocultaba completamente su rostro. Pero los presentes no necesitaban verlo para identificar al recién llegado, era Vastalis, un poderoso mago experto en la experimentación con seres vivos.

Se sentó en su sitio y comenzaron la reunión. El ritual tradicional exigía que los asistentes vertiesen unas pocas gotas de sangre, o el fluido que corriese por su cuerpo, sobre un sello de cristal encajado en la mesa frente a cada uno de ellos. Al hacerlo, el cristal se tornaba negro como el carbón, confirmando la identidad de los reunidos. Todos ennegrecieron sus cristales, todos excepto Vastalis, que no había puesto su sangre aún. El comportamiento del mago era muy extraño y los señores del Mal se prepararon de forma más o menos discreta por si algún necio había intentado colarse en su reunión.

Lentamente, los más perceptivos jurarían que con cierto temblor, Vastalis vertió unas gotas de sangre sobre su sello, el cual empezó a ennegrecer pero se detuvo en un tono apenas grisáceo. Incluso, si se observaba atentamente, se podían distinguir ligeros tonos irisados en el cristal. Sacando sus armas o invocando negras energías los reunidos se abalanzaron sobre el impostor, que se levanto precipitadamente apartándose de ellos.

- ¡Alto! Soy yo, Vastalis

Se quitó la capucha, mostrando el conocido rostro del mago, aunque todos observaron que había algo diferente en el, sus ojos revelaban un brillo que nunca habían visto en un miembro del oscuro consejo.

- ¡¡No soy un impostor!! ¡¡Dejad que me explique!!

Se miraron entre ellos para después clavar la mirada en el mago, que interpretó este gesto como un permiso para hablar.

- Hace unos meses capturé a un hada en el bosque esmeralda y me dispuse a efectuar unos experimentos que llevaba bastante tiempo preparando. Se escapó, pero antes esa maldita bruja me hizo algo, mirad

Con un gesto, el mago hizo aparecer los que debía ser una oscura esfera de tinieblas sobre la palma de su mano, pero en su lugar surgió una esfera de luz de vivos colores.

Los señores del Mal se cubrieron los ojos por la molesta luz, mientras proferían gritos de ira e indignación. El mago hizo desaparecer la esfera con un gesto de asco.

Algunos de los presentes que sentían curiosidad se acercaron con cautela a su desdichado compañero.

- ¿Y como fue? ¿Te lanzó un hechizo, te inoculó un veneno quizá? ¿Alguna maldición, una enfermedad?

- No, no... No soy capaz de explicarlo, no fue algo que me hiciese... Creo que fue su presencia, su luz en mi lóbrego laboratorio...

Los que estaban observando al mago se apartaron temerosos, sus ojos parecían más brillantes y su cara más luminosa. Transmitía algo que no podían calificar, pero que les causaba pavor.

- Vastalis, es evidente que te han contagiado con algún tipo de enfermedad de la luz, y nos has puesto en peligro a todos viniendo. Debes buscar a esa hada y sacarle una cura.

El rostro del mago pareció de pronto mucho más joven, no se le había ocurrido buscar de nuevo a la pequeña hada. Todos vieron horrorizados como una sonrisa brotaba de sus resecos labios.

- Si, si, ¡es una idea estupenda! ¡¡Saldré ahora mismo a buscarla!!

Con paso presuroso salió de la sala pensando donde podría encontrar a la pequeña fata.

Todos los demás señores del Mal se miraron preocupados, no tenían ni idea de que podría estarle pasando a Vastalis. Cosa lógica, porque realmente era la primera vez que uno de ellos se enamoraba.

martes, 29 de enero de 2008

El secreto

Érase una vez un poderoso y rico duque que gobernaba una vasta región de tierras. Un día llegó hasta sus oídos la noticia de que un extraño hombre recorría los caminos de sus dominios. Al parecer, el extraño proclamaba disfrutar plenamente las cosas buenas de la vida. El duque, intrigado, mandó traer a su presencia al forastero.

Esa misma noche, varios guardias escoltaron al peculiar hombre ante la presencia del duque. Vestía con ropas remendadas y combinadas sin ningún concierto, múltiples colores, estampados y tejidos se mezclaban de forma estrafalaria. Llevaba también un laúd, una flauta y un zurrón de aspecto desgastado y roto. En cuanto a su calzado, unas sencillas zapatillas llenas de agujeros cubrían sus pies, cubiertas con el polvo del camino.

El duque se rió al ver a aquel vagabundo miserable.

- ¿Realmente este sucio miserable que me habéis traído es ese que dice disfrutar plenamente de la vida? ¿Como va a disfrutar de nada si seguramente no podrá ni comer como una persona?

El vagabundo, lejos de molestarse por las palabras del duque, sonrió ampliamente y con una exagerada reverencia pidió permiso para hablar. Con un gesto de sarcasmo en su boca, el duque le indicó que hablase.

- Gracias, excelencia. Como bien decís, no tengo ningún problema en reconocer que, efectivamente, disfruto plenamente de las cosas buenas de la vida.

El duque resopló ante la absurda declaración de aquel sucio mendigo.

- ¿Y como lo hacéis? Porque si tu que eres un pobre desgraciado disfrutas de la vida yo, que soy rico y poderoso, disfrutaría de ella de forma inimaginable.

- Si me permitís, excelencia, os lo demostraré.

El duque asintió intrigado. Entonces el mendigo se dirigió a una enorme mesa con lujosas delicias y vinos exquisitos, se sentó y comenzó a comer y beber mientras hablaba.

- En realidad es muy simple, cualquiera podría hacerlo. Decidme, ¿por que vuestros súbditos trabajan de sol a sol durante toda su vida?

- Para mantenerse a ellos mismos y a sus familias.

- Ajam, ¿y no podrían mantenerse a ellos mismos simplemente cogiendo lo que necesitan en cada momento?

- También tienen que pagar mis impuestos.

- Ya veo, ¿y para que? ¿para que necesitan pagaros?

El duque se removió incomodo en su trono. Con un trozo de carne en la mano, el vagabundo se levantó y recorrió con la vista el salón, donde varias personas de la corte del duque observaban la conversación con una mezcla de sorpresa, indignación y diversión

- ¿Insinúas que mis impuestos es lo que impide a la gente disfrutar de la vida? ¿quieres incitar una revuelta para derrocarme?

Desenvainó su espada y bajó los tres escalones del estrado donde reposaba su trono acercándose al vagabundo con una amenaza dibujada en su rostro. El forastero le dio la espalda contemplando unas bellas cortinas que cubrían uno de los ventanales del salón.

- No, no me has entendido. Lo que digo, mi impulsivo amigo, es que cualquiera puede disfrutar de lo bueno de la vida, pero hay algo que se lo impide a la mayoría.

Se giró y avanzó sonriente hacia el noble mientras de un tirón arrancaba las cortinas y se las colocaba a modo de capa. Se detuvo con su cara a un palmo de la del duque.

- El tener algo que perder.

Y riendo con grandes carcajadas salió del castillo del sorprendido duque.

lunes, 28 de enero de 2008

Guardián

Llegaron por fin a la puerta del templo. Llevaban varios días caminando por la jungla, de los doce que habían comenzado el viaje, sólo tres habían alcanzado la meta.

Excavada en la ladera de una montaña habia una tosca puerta, delante de la cual estaba sentado un anciano con aspecto de monje al lado de una oronda vaca lechera. Se detuvieron a unos pocos metros de la extraña pareja y esperaron a que el guardián reparase en ellos.

Una hora después, cansado de esperar, uno de ellos inquirió al monje.

- Deseamos entrar en el templo de la montaña

El hombre levantó la vista y pareció examinarlos detenidamente uno a uno

- ¿Para que?

El que había hablado meditó la respuesta, sabedor de que era una prueba para evaluar si eran dignos de entrar

- Para poder meditar sobre el camino a la iluminación.

El anciano asintió y se levantó. Sin mediar palabra, acarició la cabeza de la vaca y se internó en la jungla.

Los tres hombres se removieron inquietos

- Es una prueba - dijo el primero - Tenemos que demostrar paciencia hasta que nos autorice a entrar

- ¡No! - dijo el segundo - Debemos conseguir apartar a la vaca para poder acceder al templo.

- Estás equivocado - cortó el tercero - Seguro que esa vaca es un fiero guardián para eliminar a los que solo juzgan por las apariencias

Los tres hombres discutieron durante horas, bajo la atenta mirada de la vaca, que mordisqueaba tranquilamente la hierba cercana.

Cuando ya se acercaba el anochecer, el anciano volvió a aparecer.

- Sabio anciano - dijo uno de los tres hombres al verle - ¿Sabes ya cual de nosotros podrá acceder al templo?

El monje les miró como si acabase de darse cuenta de su presencia.

- ¿Y como iba a saberlo? Deberíais ir a preguntar allí ¿no?

El asombro de los tres hombres fue mayúsculo.

- ¿Tu no eres el guardián del templo? ¿Que haces entonces en la puerta?

El anciano parecía no entender a los extraños jóvenes.

- ¡Esta es la puerta de mi casa!

- ¡¡Y por que no nos lo has dicho!! ¡¡¡Hemos estado horas discutiendo sobre la finalidad de este animal!!

- No me habéis preguntado nada sobre el templo - Miró a la vaca y puso una mano sobre su testuz - Y cualquiera diría que no habéis visto una vaca en vuestra vida.

jueves, 24 de enero de 2008

Dogma

Con un remolino de colores por atuendo, el suelo por zapatos y el cielo por sombrero, caminaba con el arco iris en una paleta y sus dedos como pinceles.

Pintó el cielo con vivos azules y la tierra con tonos de verde y marrón.

Caminaba mientras reía y reía mientras caminaba, sus pasos seguidos por una banda de sueños con incontables instrumentos, música alegre y de ritmos rápidos como los movimientos del Pintor

Con todos los amarillos y blancos imaginables, la obra se iluminó.

Un rápido trazo marcó el horizonte, en la parte verde de la tierra definió árboles, plantas y brillantes flores

Sus ojos, marcados por exagerado maquillaje, estaban tan llenos de alegría como de creatividad, moviéndose inquietos.

Se quitó la roja nariz redonda que llevaba y con colores de fuego la estampó en el cielo azul, salpicándolo luego con gotas blancas que no se percibían a simple vista.

Paró, y el alboroto que le servía de séquito alteró su ritmo, aunque seguía siendo frenético y alegre como cientos de niños jugando en un enorme parque.

Concienzudamente, fue pintando peces, pájaros y todo bicho viviente que se le ocurrió. Al final se quedó pensando un momento y pintó un par de bichos que se parecían más a el, para ver que tal quedaban en esa obra.

Sin parar de bailar, se dio la vuelta hacia su banda y les propuso un juego, ese día, el séptimo lo pasarían festejando todo lo que habían hecho y después todos los músicos se esconderían en la obra mientras los dos pequeños seres que se parecían a el trataban de encontrarlos.

Y los sueños se escondieron por el mundo, y los descendientes de esos dos primeros payasos aún los buscamos, sin parar de bailar :)

Una razón

Caminaba por calles borrosas, un velo de húmeda tristeza cubriendo sus ojos. Ya hacía tiempo que la existencia había perdido sentido, sin razones para querer ver un nuevo despertar del Sol. Se detuvo, sus pasos habían terminado en el portal de esa gris prisión a la que en un tiempo llamó hogar, convertida ahora en oscuro pozo de recuerdos amargos.

Había decidido subir a la azotea para contemplar aquella miserable existencia y levantar el vuelo hacia lo que viniese después, ya fuese otra vida o simplemente el olvido. Si tan solo pudiese encontrar una razón para continuar luchando... Pero no la había, todo en su vida había fracasado, era hora de enfrentarse a su única salida.

En las escaleras que llevaban al portal, antesala de su camino de salida, una niña de unos tres años jugaba con una muñeca de trapo. Se detuvo pensando en cuan simple era la vida a tan tierna edad y cuan negra se volvía al envejecer. La niña levantó la vista y tras un momento salió corriendo y dobló la esquina. ¿Tanto se asomaba a su rostro su horrible alma? Decidió acabar de una vez, subió los peldaños y al pisar el último notó que tiraban de su ropa. Se giró y vio que la niña sujetaba una flor silvestre en su dirección, tomó la flor y la niña sonrió.

- No estés triste.

Sin poder apartar la vista de la flor o la niña, que había vuelto a jugar con su muñeca, se sentó en el escalón. Más lágrimas acudieron a sus ojos, pero estas eran de un tipo que hacía mucho tiempo que no probaba. Poco a poco una sonrisa curvó sus cansados labios. Había encontrado una razón, la salvación era algo tan simple...

martes, 22 de enero de 2008

Juguetes

Érase una vez un niño que tenía un juguete con el que era muy feliz, se pasaba todo el día jugando con el, imaginando mil historias y riendo continuamente.

Un día, el juguete se rompió. No fue por nada concreto, simplemente se rompió. Su madre le dijo que había sido porque el juguete era de mala calidad, algunos niños le dijeron que era culpa suya. Pero eso a el le daba igual, solo podía pensar en su juguete roto. Lloró, de forma inconsolable, continua, iba a todas partes con el juguete roto en sus manitas, sin querer admitir lo que había pasado.

Un día, mientras deambulaba sollozando, se tropezó con algo. Miró al suelo y vio una pequeña pelota de colores. Con una sonrisa floreciendo en sus labios, dio una suave patada a la pelota, ésta rodó tímidamente emitiendo un alegre sonido con los cascabeles que tenía dentro.

Desde ese día el niño iba a todos lados dando patadas a la pelota, jugaba con ella a todas horas, riendo mientras la perseguía para volver a empujarla. Pero siempre, siempre, llevaba su viejo juguete roto en las manos. Todos le decían que dejase su juguete, que ya no servía de nada y que con las manos libres podría coger la pelota y jugar mucho más con ella. Pero el nunca soltó su viejo juguete, ni siquiera cuando se hirió una manita con el. A veces dejaba de jugar con la pelota y lloraba mirando con tristeza su viejo juguete.

Un día, mientras jugaba con la pelota, se distrajo con el juguete roto y se tropezó. Cayó al suelo y cuando levantó la vista buscando la pelota no la vió. Se levantó olvidando la caída y buscó por los alrededores pero, por increíble que parezca, nunca volvió a encontrar aquella pelota de colores de alegres cascabeles.

miércoles, 16 de enero de 2008

Tormenta

Se deslizaba por el aire con determinación, sus movimientos rápidos y fluídos desmintiendo la tempestad en la que se movía. El sinuoso cuerpo del dragón permanecía inmutable pese a los fuertes vientos y la lluvia, mientras volaba hacia las negras nubes de la tormenta.

Continuó ascendiendo incluso cuando volar se tornó difícil al alcanzar las fuertes corrientes que rodeaban el corazón de la tormenta. Las doradas escamas que cubrían su cuerpo se iluminaron con el azul de las descargas eléctricas cuando empezó a entrar en el oscuro manto nuboso.

Ahora no veía nada, cegado por las nubes y deslumbrado por los rayos, pero eso no le preocupaba, sabía perfectamente hacia donde debía volar, siempre hacia arriba. Ya estaba cerca de su objetivo y se permitió una sonrisa, que se convirtió en una mueca de dolor cuando un rayo le impactó. Una tras otra, continuaron alcanzándole las salvajes descargas, aturdiendo su mente y quemando su cuerpo.

Sintió que las fuerzas le abandonaban, sus escamas teñidas por la furia de la tormenta y sus movimientos torpes por los huracanados vientos. Pero no habia llegado hasta allí para rendirse y con un gesto determinación grabado en sus facciones, atravesó la parte superior de la capa de nubes, saliendo de la tormenta.

La calidez del Sol bañó su maltrecho cuerpo y la belleza de su luz inundó sus ojos. Sonrió. Todo el mundo sabe que para un dragón la belleza es vida.

jueves, 10 de enero de 2008

Lección

Caminando por la inmensidad de un desierto, se encontró a una piedra sentada. Si, a el la idea de una piedra sentada también le habia parecido estúpida al principio, pero ahí esta el pedrusco y no cabía duda de que estaba sentado...

- Ermmm... Disculpa... ¿hola?

La piedra levantó la vista, era una piedra con recursos desde luego, y miró extrañada al sudoroso hombre.

- ¿¿¿QUE QUIERRRERRR???

La voz de la piedra era un sonido potente e inquietante, por lo que tardó un poco en reaccionar.

- ... eh, yo... estoy buscando la iluminación...

La piedra, con una expresión inmutable miró al hombre y después directamente al sol sin decir una sola palabra. El hombre miró por un momento hacia arriba y después negó con la cabeza.

- No, no, esa iluminación no, busco la iluminación espiritual, un estado de comprensión y sabíduría.

- ¿¿¿Y PORRR QUÉ ME MOLESTARRR???

- Porque eres lo primero que me encuentro después de llevar varios días vagando por el desierto, está claro que tú tienes algo que enseñarme.

El hombre se dió cuenta de que el estado de confusión de la piedra era total, pero su encuentro tenía que significar algo, ya no le quedaban provisiones y había soportado demasiado en aquel infierno para rendirse ante una piedra testaruda

- ¡¡Se que tienes algo que enseñarme!! ¡¡Y no me moveré de aquí hasta que lo hagas!! - Firmeza, paciencia, determinación, todas ellas eran virtudes que una piedra apreciaría.

Varias horas después el hombre yacía muerto abrasado por el calor del desierto, la piedra meditaba sobre la actitud de aquel extraño ser y poco a poco comprendió la vacuidad de una existencia inamovible.

Pensando sobre lo que había aprendido, la piedra se levantó y comenzó a andar.