Un joven paseaba una tarde de verano cuando vio a una anciana sentada en una piedra al borde del camino. Esta mujer dijo ser una poderosa bruja, capaz de desentrañar los misterios de tiempos pasados y futuros.
El muchacho rió incrédulo instando a la adivina a que si tales eran sus dones le revelase cómo y cuando le visitaría la Dama de la Guadaña. Díjole la mujer que ese conocimiento no hacía bien a persona alguna y que sólo traería desdicha a su vida. El joven insistiole afirmando que no se lo decía por no ser más que una charlatana. Ante estas palabras el rostro de la anciana se contrajo con ira y con poderosa voz afirmó:
Hallarás la muerte con tu cuerpo emponzoñado
gracias a la estupidez que has demostrado
El muchacho río arrogante, teniendo su risa más de miedo que de diversión. Mas, cuando su vista bajó de nuevo encontrose en la piedra no a la anciana sino el escamoso cuerpo y funesta mirada de una víbora, rastrero animal instigador del Pecado. Con un grito de puro terror muriendo en su garganta anudada, el joven corrió todo lo que pudo, no deteniéndose hasta llegar a su hogar.
Los años florecieron y se marchitaron uno tras otro y aquel joven, ahora respetable caballero, pasó sus días temiendo el siseo nocturno de quimeras serpentinas y a los imaginarios escorpiones de sus botas.
Hasta que un día de invierno, en una de las escasas fiestas a las que asistía, el desdichado hombre conoció a una bella joven de piel broncínea, mirada inteligente y risa cristalina. Enamorose al instante de aquel hermoso ser y llenose su corazón de una alegría hace mucho olvidada cuando tras un breve cortejo consiguió compartir una noche insomne con la muchacha. Está alegría se empañó cuando la joven le susurró:
Una vez mi alas hirieron tratando de enjaularme
necesito pues volar libre hasta poder curarme
Pretendió el hombre poder disfrutar de su felicidad sin asfixiarla, mas sus muchos temores e inseguridades trataran de encadenar el amor de la doncella. Mas no se pueden encadenar las fantasías y una vez más, nuestro protagonista volvió a caer en la desdicha. Siguió amando a la hermosa joven, arrepintiéndose de su estupidez. Un día, encontrose con la muchacha del brazo de un apuesto caballero. La envidia y los celos rompieron su triste corazón, y aquella misma noche buscó a los amantes con lágrimas en sus ojos, locura en su mente y acero en su mano.
¡Con tus mentiras y sonrisas me embrujaste!
¡¡Serás mía, o de nadie!!
Tras huir de su miserable crimen, encerrose en sí mismo el hombre para atormentarse. Muchos años después, viejo, huraño y enfermo, agonizaba con el único consuelo de no haber muerto por veneno alguno como aquella charlatana profetizase. Sin embargo, al recordar en aquel su postrero delirio a la única mujer que jamás amase, vio por fin que se encontraba en verdad emponzoñado por amargura, envidia y arrepentimiento, gracias a la estupidez que siempre demostrase.
jueves, 20 de septiembre de 2007
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2 comentarios:
Que gran historia y que forma más bonita de relatarlo.
Esta chulo, recuerda un poco a Poe. Me gusta.
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