martes, 29 de septiembre de 2009

Miau

Allí estaban, vagos, zalameros. Malignos. Animales demoníacos.

Su misión podía parecer simple, pero desde que había aprendido lo que eran en realidad aquellas criaturas, masacrar a una docena de gatitos ya no le parecía un juego de niños. Pero el Padre Tomás le había encomendado aquella tarea para probar su fe y perseverancia, aquellas criaturas del Diablo, compañeros de brujas, tenían que ser eliminadas antes de poder crecer lo suficiente como para desarrollar sus depravados poderes. Se detuvo a unos veinte metros, no quería alertar a sus presas, con un ligero temblor en sus manos encendió el trapo que salía de dos botellas cargadas de fuego purificador y las arrojó al pequeño patio donde jugaban los gatos.

Comenzó a correr antes siquiera de oír el ruido de las botellas rompiéndose, azuzado por el terror que crecía en su corazón. En cada rincón oscuro le parecía ver unos ojos brillantes o una sombra silenciosa, el Padre Tomás le había advertido de que su misión podría costarle la vida, pero que eso era preferible a ser capturado por sus satánicos adversarios. Sabía que sus pulmones no daban más de sí, que su corazón no soportaría por más tiempo el ritmo que retumbaba en sus sienes y que, cuando cayese exhausto, debería poner fin a su vida con el cuchillo que el Padre Tomás le había dado.

Al girar una estrecha callejuela resbaló en un charco de inmundicias y cayó de bruces, el cuchillo que empuñaba rebotó varias veces contra el asfalto. Se arrastró lo más deprisa que pudo para intentar recogerlo pero sus músculos se congelaron al notar que algo corría sobre su espalda. Con un grácil salto, un gato negro se colocó delante de su cara, mirándole a los ojos. El suave ronroneo del animal acunó su mente, ahora en paz, y cayó en un profundo sueño.

El Padre Tomás esperaba impaciente en la sacristía, hacía ya varias horas que su hombre había salido y aún no había recibido noticias suyas. Se sobresaltó ligeramente cuando llamaron a la puerta, se tomó su tiempo para abrir una rendija, con el cañón de su escopeta apoyado contra la puerta. Sonrió al ver que su nuevo pupilo había regresado sano y salvo. Se disponía a quitar la cadena de la puerta cuando notó algo raro, el rostro de aquel hombre ya no era un cuadro de miedo, angustia e ira. Estaba en paz.

Antes de que pudiese reaccionar, un gato negro saltó al hombro de su pupilo, clavando su mirada en la del asustado sacerdote. Sus músculos se petrificaron mientras su mente se perdía en aquellas dos pupilas impasibles. Comenzó a llorar, pero no eran lágrimas lo que brotaban de sus ojos, si no un líquido negro y viscoso. Poco a poco, aquella ponzoña salió totalmente de los ojos del sacerdote y se concentró en una esfera negra que flotaba en el aire, el gato abrió la boca y engulló la esfera como si la aspirase.

No era común que alguien le debiese la vida a su mascota, pero ese era el caso de Matías. No le había contado a nadie lo sucedido aunque la verdad es que nadie le creería, el Padre Tomás fue encontrado inconsciente en el suelo de la sacristía, aparentemente no era capaz de recordar nada de los dos últimos meses, Matías ahora veía la vida de otra forma, al igual que nunca volvería a ver con los mismo ojos al ser que ahora mismo se lamía tranquilamente la entrepierna sobre su regazo.